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¿ENTRE LA QUENA Y EL PROGRESO?

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Hoenir Sarthou

Dos notas publicadas en Voces la semana pasada me dejaron pensando. Una fue la columna de Víctor Bacchetta y la otra un excelente reportaje a Eleuterio Fernández Huidobro.

 

Las dos tratan sobre lo mismo: el vacío ideológico que padece la izquierda, que, en la opinión coincidente de Bacchetta y de Fernández Huidobro, le impide percibir el problema central de nuestro tiempo: el carácter depredador e insustentable del modelo de desarrollo adoptado por el sistema capitalista global.

El tema no es nuevo. El aumento de la población mundial y la expansión de las pautas de consumo, la demanda insaciable de energía, la extracción y el consumo enloquecido de petróleo, causante además de guerras y de la contaminación de océanos y atmósfera, la agricultura empresarial de grandes extensiones de tierra, basada en el monocultivo, la modificación genética y el uso indiscriminado de pesticidas, la minería a cielo abierto, la proliferación de puertos, la acumulación de desechos atómicos, la tala de selvas, el calentamiento de la atmósfera y los cambios climáticos, la disminución del agua potable, son, entre otras, las constantes de un modelo económico que, en apariencia, a la luz de los recursos materiales disponibles y de las técnicas conocidas, no puede seguir creciendo eternamente. No puede porque el planeta no lo soportaría.

Los ecologistas han planteado este asunto desde hace tiempo. Pero, claro, hay corrientes ecologistas que complican la cosa. Es decir, hay una ecología devota de la quena y de la Pacha Mama que tiende a darle al tema un toque místico, a creer que la naturaleza es un remanso de paz y de orden, sólo comprendido por las idealizadas culturas indígenas y alterado por nosotros, los angurrientos “caras pálidas” occidentales.

Ese enfoque romántico resulta poco convincente, apenas uno observa que la naturaleza es lucha constante, en la que cada especie tiende a reproducirse y a perdurar a costa de lo que sea, y que no necesariamente las culturas indígenas han sido las mejores amigas del equilibrio ecológico.

Pero, más allá de algunos enfoques demasiado bucólicos, el problema de fondo es real. El planeta no parece estar en condiciones de soportar por mucho tiempo las pautas crecientes de consumo y explotación a que lo somete el modelo económico dominante.

Y también es cierto que la izquierda, al menos la izquierda uruguaya, no parece haberse dado cuenta del problema.

No sé ustedes, pero a mí me preocupa que los grandes temas de la izquierda sean cómo atraer más inversión extranjera dedicada a la explotación de recursos naturales, cómo bajar los índices de marginalidad y pobreza repartiendo plata entre los pobres, cómo maquillar los indicadores de resultados del sistema de enseñanza bajando los niveles de exigencia y disimulando el mal funcionamiento del sistema, cómo aparentar que se combate la inseguridad ciudadana sin cambiar ninguna de sus causas, cómo generar más ingresos tributarios sin afectar a los dueños de la riqueza y cómo ganar las próximas elecciones. Todo ello aderezado con un discurso machacón sobre “los derechos humanos”, que sirven tanto para un barrido como para un fregado, y apelaciones emotivas contra la impunidad de los torturadores de la última dictadura, teóricamente concluida hace más de un cuarto de siglo.

¿En qué se diferencian las actuales preocupaciones de la izquierda de los programas de la derecha más o menos “civilizada”? Tienen razón Bacchetta y Fernández Huidobro. La respuesta es obvia: en casi nada.

El problema no es sólo uruguayo. En todo el mundo, las izquierdas convencionales están siendo ejecutoras, tal vez involuntarias, pero ejecutoras al fin, de políticas que no se diferencian de los programas de la derecha. Pero, “mal de muchos, consuelo de tontos”. ¿Es que no hay una alternativa? ¿Realmente las clases populares, que siguen siendo la base electoral de la izquierda, tienen los mismos intereses y preocupaciones que las clases altas de la derecha “culta”?

El gran mérito de las notas de Bacchetta y de Fernández Huidobro es que plantean el asunto de frente, como una carencia ideológica grave de la izquierda.

¿Cuáles son los nuevos asuntos que deberíamos plantearnos? ¿Qué aspectos de la realidad están formulando nuevos problemas y requiriendo nuevas soluciones? ¿Qué cosas deberíamos discutir?

El sistema capitalista ha cambiado y son necesarios nuevos análisis y nuevas políticas para controlar sus efectos depredatorios globales. Tal vez deberíamos, por ejemplo, discutir la necesidad de reformular y limitar el derecho de propiedad sobre los bienes finitos y esenciales para la vida, como la tierra, porque nadie debería poder poseer en exclusividad y para siempre un bien escaso e indispensable para la vida de todos. O revisar el concepto de “propiedad intelectual”, en que se fundan las patentes con las que las grandes empresas transnacionales se apoderan de conocimientos (medicamentos, semillas, técnicas agrícolas, etc.) que son patrimonio común de la humanidad. Porque nadie inventa nada sin aprovechar la tradición cultural en la que ha nacido y a la que no tiene derecho exclusivo.

Sin embargo, las tesis de Bacchetta y de Fernández Huidobro generan también dudas inquietantes. A la larga, ¿es posible contener las aspiraciones de consumo de las grandes masas humanas antes excluidas? ¿Se puede revertir la cultura del consumo y la asociación entre satisfacción material y “progreso”? ¿Hay una alternativa real por el lado de la creación artística o por la generación de valores diferentes a los imperantes? ¿La solución estará en producir y consumir menos, o el desarrollo de la tecnología traerá la posibilidad de sustituir o multiplicar los recursos naturales por procedimientos todavía desconocidos? ¿La ciencia y la técnica han dado de sí todo lo posible y se transformarán inevitablemente en un problema, o ellas mismas traerán la solución a los problemas que han creado? Y aun más importante: ¿el conocimiento científico seguiría desarrollándose sin el acicate de su aplicación práctica como generador de nuevos bienes de consumo?

Como se ve, son preguntas esenciales sin respuesta clara todavía.

Lo importante de las dos notas comentadas es que nos enfrentan a temas de fondo sobre los que deberíamos informarnos, pensar y discutir. Son un aire fresco que está haciendo falta.