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NUESTRA PROPIA CRITICA AL DESARROLLO

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Eduardo Gudynas

Prosiguiendo un debate sobre la crítica al desarrollo contemporáneo, es necesario abordar el papel de la ciencia y la técnica, y la historia olvidada de muchas críticas propias de nuestra tradición cultural occidental, donde la izquierda tiene un papel importante.

 

La izquierda se ha “comprado” el mito del desarrollo, reconoció Hoenir Sarthou en la pasada edición de Voces (ver…). Agregó que enfrentamos un serio dilema, entre una vida más modesta bajo nuevos valores, o redoblar la apuesta de crear un ambiente artificializado acorde a nuestros deseos y posibilidades.

De esa manera responde a mi nota de semanas atrás, donde alertaba que no era buena cosa minimizar la cuestión ambiental como un asunto místico, o asumir que todo se podía solucionar bajo la tecnología actual, dentro del capitalismo contemporáneo.

Tanto Sarthou como yo coincidimos en la importancia de este debate, así es que es oportuno avanzar unos pasos mas reaccionando a dos de sus puntos. Por un lado, del artículo de Sarthou se desprende que estamos condicionados por una ciencia y técnica que siempre manipula todo lo que nos rodea y nos deja fatalmente destinados a ver a la Naturaleza como una cosa que debe ser explotada para nuestro provecho. Por otro lado, se asume que eso es parte de una cultura de origen occidental, que sólo se puede manifestar de esa manera, donde nosotros, descendientes de europeos, estamos atadas a ella.

Estas dos posiciones reflejan varios aspectos del “carozo” de la problemática actual, y en especial en el Uruguay actual. Pero en los dos casos, a mi modo de ver, la situación es distinta y existen alternativas sustantivas.

Ciencia, pero de otro modo

El primer aspecto, referido al papel de la ciencia y la técnica, no es raro escuchar que las críticas al desarrollo, o el ambientalismo, sea una postura anticientífica o que impide el avance del conocimiento. Esta es una posición muy errada. Por un lado, la crítica verde siempre se ha nutrido de la ciencia, y en buena medida surgió desde las ciencias ambientales contemporáneas. Desde hace más de cincuenta años son las investigaciones científicas sobre la desaparición de especies autóctonas, los efectos de la contaminación, o el descubrimiento del cambio climático, lo que ha alimentado buena parte del movimiento ambiental, así como a otras posturas críticas sobre el desarrollo actual.

A su vez, en las alternativas que se proponen siempre hay un lugar sustantivo para la ciencia. Podemos mencionar, por ejemplo, la agricultura ecológica u orgánica, que apela a la mejor ciencia y técnica para proteger los suelos, evitar la contaminación con agroquímicos, brindar alimentos sanos y proveer un sustento económico a los productores rurales.

Por lo tanto, las críticas al desarrollo actual, y el ambientalismo entre ellas, no están contra la ciencia. Pero sí es cierto que se cultiva una ciencia que se practica de otro modo, tiene otras perspectivas, y otros compromisos. La ciencia y técnica convencional heredera del Renacimiento ha derivado hacia una postura de manipular y explotar lo que nos rodea: el ser humano domina la Naturaleza, unas naciones dominan a otras, los varones a las mujeres, y así sucesivamente. La ciencia y técnica convencional se han convertido ellas mismas en uno de los pilares ideológicos que sostienen el “mal desarrollo” actual. Es una ciencia petulante, que cree que todo puede conocer y manejar, en forma acertada y eficiente; es una ciencia prepotente, que cree que puede dominar los ciclos de la naturaleza o la genética de los seres vivos, y es una ciencia codiciosa, al quedar atrapada en relaciones mercantiles y productivas.

Las alternativas, en cambio, buscan romper con esa perspectiva. Es una ciencia que reconoce sus límites frente a la intrincada dinámica de los sistemas complejos, como puede ser la Naturaleza o la sociedad. Reconoce y maneja las incertidumbres, que esos sistemas complejos no son lineales, sino más complicados, difícilmente predecibles, y más frágiles. Antes que la certeza y la manipulación, apela a las tecnologías social y ambientalmente apropiadas, y está directamente atada a las necesidades y urgencias de las personas y el entorno, en lugar de las del mercado.

Por lo tanto, frente al primer punto de Sarthou, las críticas al desarrollo (y casi todas las expresiones del ambientalismo), no rechazan la ciencia y la técnica, sino que la aprovechan, aunque exigiendo una práctica científico-técnica muy distinta.

Recuperar las críticas olvidadas

En el segundo punto Sarthou, como descendiente de italianos y gallegos se coloca dentro de una tradición cultural europea, la que a su juicio le obligaría a ver a todo lo que nos rodea como una cosa que debe ser manipulada y aprovechada. Coincido plenamente que esa es la visión dominante, y que allí están varias raíces de los problemas actuales. Parecería que la cultura europea está condenada a ese camino, y que no hay otras opciones (y por ello, lo distinto estaría entre los pueblos indígenas). Por suerte, las cosas no son tan así.

Dentro de la cultura europea siempre existieron posturas críticas y radicales que combatieron sus facetas más negativas, tales como la obsesión por la dominación y el control del ambiente, la ciencia cartesiana o la imposición cultural. Algunas reacciones críticas ya se intentaron en el Renacimiento, y otras son más recientes.

Mencionaré dos ejemplos: El socialismo utópico en el siglo XIX, que reaccionaba al industrialismo y reclamaba una democracia comunitaria. A mediados del siglo XX, la demanda de los derechos de la Naturaleza partió de académicos y militantes europeos y norteamericanos. Allí había ecólogos, filósofos, abogados, y activistas.

Por lo tanto, el punto que deseo dejar en claro que es que dentro de la tradición cultural conocida como la modernidad europea, existieron varias posturas críticas y contestatarias al estado de cosas que se vivía en cada momento. Por lo tanto, no puede decirse que los nietos de gallegos o italianos no tengan a mano otras posturas culturales para alimentar un cambio radical en la marcha del desarrollo actual.

Es más, buena parte de esos cuestionamientos nacieron a su vez de las condiciones generadas por las sucesivas oleadas de críticas de izquierda que han tenido lugar desde por lo menos el siglo XIX. El llamado a la justicia social, fue ampliado al de la justicia ambiental; se encontró que las asimetrías económicas y productivas requerían rediseñar completamente los procesos productivos, y a su vez, se entiende que las bases ideológicas que explican la dominación entre los humanos son en esencia las mismas que ocasionan la dominación sobre la Naturaleza.

Esas posturas contestatarias han quedado en segundo plano, muchas veces olvidadas. Allí tal vez se explican posiciones como las de Sarthou, al no encontrar rápidamente a mano en el bagaje europeo usual, todas esas tradiciones críticas. La actitud de Sarthou es, sin embargo, reconocer que hay una contradicción, y llama a sopesar las alternativas. Otros, en cambio, rechazan de plano estas contradicciones, insistiendo en la efectividad y benevolencia del desarrollo actual, donde no habría otras alternativas (y quienes las plantean pueden “ahuyentar la inversión”, “frenar el desarrollo” o ser meros charlatanes).

Como se adelantó arriba, la izquierda ha tenido relaciones intermitentes en cobijar y alentar estas alternativas. En unos casos las promovieron, como sucedió con la socialdemocracia alemana enérgica de Willy Brandt de los años sesenta y setenta. En otros casos las ha combatido, como demuestran hoy día las defensas al desarrollismo clásico y la burla frente a las alertas de sus impactos sociales y ambientales.

De esta manera, la izquierda del siglo XXI tiene un papel clave en generar alternativas de desarrollo, en lugar de evitarlas, en buscar economías alternativas en lugar de contentarse con atraer inversores, en aceptar la diversidad cultural en lugar de ignorarla, y así sucesivamente en varios campos. Estas tareas requieren recuperar la tradición radical y los horizontes de cambio dentro de la herencia cultural europea, y también saber dialogar con otros campos culturales para aprovechar lo mejor de cada uno. No hay pocas opciones, sino que existen muchas a considerar, y por lo tanto el problema está en abrir ese abanico y avanzar en esas discusiones.º

Publicado en Voces, 28 julio 2011, Montevideo.