CIENCIA Y ECOLOGIA
Hoenir Sarthou
A propósito del (para mí, muy interesante) intercambio de opiniones que venimos teniendo con Eduardo Gudynas, varios lectores de Voces me han hecho llegar aportes, escritos o verbales, que amplían el tema y merecen reflexión.
En origen, el debate esta-ba centrado en la procedencia o improcedencia de incorporar los puntos de vista de otras culturas respecto a la naturaleza. Yo había sostenido que el enfoque místico, que trata a la Pacha Mama como si fuera un ser vivo (más allá de cierto parentesco con la “hipótesis Gaia” y con alguna tesis de Fritjof Capra), resultaba impostado para la cultura occidental y que no es imprescindible divinizar a la naturaleza para mantener hacia ella una actitud más cuidadosa.
Gudynas (y algunos lectores) me retrucaron que, sin embargo, la visión de otras culturas tiene mucho que aportar a un cambio radical de actitud, cambio que será muy difícil de hacer desde los parámetros de la cultura occidental, para los que la naturaleza es una cosa a dominar, y que una simple modificación de los hábitos de consumo y un uso más cuidadoso de la naturaleza serán insuficientes para revertir el daño que la explotación global viene causando.
Yo contesté que la “personalización” de la naturaleza implicaría la detención del desarrollo de la ciencia y de la técnica, que en los últimos quinientos años han causado, a la vez, la expansión de la especie humana y el deterioro del medio ambiente.
A partir de esa afirmación, el debate derivó hacia la compatibilidad o incompatibilidad entre el desarrollo de la ciencia y la adopción de una actitud casi reverencial ante la naturaleza. Yo sostuve que ese cambio de actitud determinaría un “parate” a la ciencia y al desarrollo tecnológico. Gudynas (con el apoyo de algunos lectores) sostuvo que la ciencia y la ecología no sólo no son opuestas sino que la ecología se basa en la ciencia.
La noción común de “investigación científica” es la de un individuo, o a lo sumo un equipo de personas, que estudian algún aspecto de la naturaleza movidos sobre todo por el afán de saber, sin perjuicio de que pueda interesarles también el reconocimiento y la mejor remuneración que suelen acompañar a los descubrimientos científicos. Para esa noción, los descubrimientos científicos son tomados y aprovechados –después- por la industria para fabricar productos que, a la vez que generan ganancias y mejoran la calidad de vida, alienan a los consumidores y perjudican al medio ambiente.
Tal vez el error de esta noción un poco ingenua de la relación entre ciencia y aplicación técnica del conocimiento científico esté en la palabra “después”. La realidad es que, desde hace muchos años, la investigación científica no es anterior ni mucho menos independiente de la decisión de usar sus resulta-dos para dos fines: la producción de mercancías y el desarrollo de poder. Basta repasar la historia –en particular la del Siglo XX- para verificar que los grandes motores de la investigación científica han sido el desarrollo del consumo y las luchas por el poder mundial. No por casualidad, la industria y la actividad militar han sido las grandes financiadoras y orientadoras de la investigación científica, que ya no está librada a la curiosidad o la vocación de los científicos sino a las demandas de nuevos bienes y servicios para el consumo y de nuevos armamentos, cada vez más sofisticados. Incluso la “carrera espacial”, que tantos descubrimientos científicos aparejó, estuvo determinada por la lucha entre los dos grandes bloques de poder del Siglo XX, los EEUU y la URSS. Por esa razón se endenteció marcadamente cuando esa confrontación, que era a la vez ideológica, económica, política y militar, dejó de existir.
Dicho así, parecería todo muy sencillo: la ciencia, dominada por el capitalismo global, sólo apunta al consumo alienado, a la guerra, a la explotación del trabajo y a la dominación y destrucción de la naturaleza. Por eso, bajémonos de este ómnibus y tomemos otro, más lento, hacia el reencuentro con la Pacha Mama, con nuevos valores y con hábitos más sanos.
Ojalá todo fuera tan sencillo. Pero la verdad es que el número de seres de la especie humana que vivimos en el planeta, y las condiciones en que vivimos, por injustas y desiguales que sean, no habrían sido posibles sin el desarrollo de la ciencia y de la técnica. De hecho, uno de los problemas que enfrentamos, es que, aun con el actual desarrollo científico y técnico, el número de personas que vivimos en el planeta es cada vez más excesivo, al punto que sus necesidades, y ni hablar de sus aspiraciones de consumo, pueden llegar a ser insostenibles en pocas décadas. Es muy tentador pensar que la ciencia y la tecnología podrían ser reorientadas y seguir desarrollándose sin el acicate del consumo ni de las ansias de poder. Es tentador, pero es un pensamiento contrafáctico, a favor de cuya viabilidad no hay por el momento ninguna evidencia. Por alguna razón, la ciencia y la tecnología se desarrollaron predominantemente en el marco de la cultura occidental, una cultura agresiva, dominante y cosificadora de la naturaleza. Por alguna razón, la cultura europea desarrolló los medios técnicos para llegar a América y dominarla, y no ocurrió lo contrario. Quiero advertir a los interlocutores y a los lectores que este artículo no hace la defensa de la cultura occidental, ni de la ciencia y la tecnología tal como las conocemos. Su aspiración no es cerrar el debate ni dar respuestas. Por el contrario, pretende señalar las dificultades y complejidades del tema y está escrito desde una actitud de perplejidad. Esa actitud que nos generan las grandes interrogantes del futuro.
El mensaje, una vez más, es que nos enfrentamos al hecho de que las necesidades y aspiraciones de la especie humana pueden ser excesivas para las posibilidades del planeta. Ante esa realidad, se abre un dilema. O reducimos nuestras necesidades y aspiraciones (lo que aparejaría un cambio de valores de la cultura occidental y probablemente una disminución de incentivos y recursos para la investigación científica y el desarrollo tecnológico), o apostamos a que la ciencia y la técnica, quizá encaradas con una orientación política distinta, encuentren nuevos recursos para seguir creciendo, proliferando y expandiéndonos. El tema no es fácil ni menor, habida cuenta de que la razón –incluida la “razón instrumental”, en que se basa la técnica- es el gran diferencial de la especie humana, lo que nos ha caracterizado como especie, para bien y para mal. ¿Es posible controlar sus alcances? ¿Se puede restringirla sin perder “humanidad”?
Publicado en Voces, 4 agosto 2011, Montevideo.