SOCIALISMO O BUEN CAPITALISMO EN ECUADOR
Pablo Ospina Peralta
En un artículo reciente, el periodista argentino Pablo Stefanoni hizo un interesante planteo de los términos del debate. La socialdemocracia europea abandonó a mediados del siglo XX toda veleidad anti – capitalista. No se engañaba a sí misma ni a los demás: solo buscaba un “buen capitalismo”.
En el debate alrededor de los gobiernos progresistas latinoamericanos, por el contrario, muchas veces las definiciones programáticas se sustituyen por la retórica. Esta pálida sustitución ocurre mucho más en los países andinos, donde el desmoronamiento de los sistemas políticos que acompañó la emergencia de los gobiernos progresistas, crea la sensación y el ambiente de una mayor radicalidad. En el cono sur, en Brasil o incluso en Perú, son muy pocos los que se hacen ilusiones: las reformas no se envuelven tampoco de radicalismos verbales altisonantes.
En Ecuador, las interpretaciones de las izquierdas que quedan en el gobierno difieren significativamente. Antiguos militantes comunistas, como Rafael Quintero y Erika Sylva, son fieles a la vieja idea de la revolución por etapas: la revolución ciudadana tiene un convencional proyecto de capitalismo de Estado que sentará las bases para un posible socialismo del futuro. Nuevos militantes nacidos y crecidos en la academia, como René Ramírez, apuestan a caracterizar el proyecto de cambio en la pauta de acumulación tal como se presenta en el “Plan del Buen Vivir” como una propuesta que conducirá a un “bio – socialismo republicano del SumakKausay”.
Creo que es lícito distinguir las ideas y propuestas concretas presentes en ese “Plan”, del modelo al que en realidad apuntan las políticas públicas de la revolución ciudadana. ¿Hacia dónde apuntan? Hacia lo que el presidente Rafael Correa en realidad cree. Cualquiera que haya leído sus escritos o seguido con atención sus discursos entenderá que el socialismo es para él exactamente igual a la doctrina social de la iglesia. Es decir, lo que la democracia cristiana de los años 1960 llamaba el “socialismo comunitario”. Podríamos llamarlo, para diferenciarlo del “buen capitalismo” de la socialdemocracia europea, un “capitalismo paternal” nacido de la acción de líderes esclarecidos y cristianos que velan por el bien común incluso a pesar, tal como lo dijo el presidente Correa en un reciente discurso, de la generalizada “mediocridad” cultural que está en la “raíz del subdesarrollo” y que caracteriza a los potenciales beneficiarios del nuevo modelo económico.
¿No tenemos alternativas? ¿Estamos condenados al mal menor? Empecemos diciendo que es mejor un capitalismo regulado y moderado por el Estado de bienestar que un capitalismo salvaje cuya noción de justicia es más o menos equivalente a la “responsabilidad social empresarial”. Digamos también que las alternativas auténticamente anti (o pos) capitalistas son todas, todavía, o muy pequeñas y aisladas; o basadas en modos pre – capitalistas de vida y producción y por lo tanto insuficientes para gestionar una sociedad de la complejidad de la sociedad contemporánea; o ediciones ampliadas y modificadas de un Estado de bienestar que presuponen una abundancia material incompatible con los límites físicos del planeta.
Entre las primeras tenemos los ejemplos de economía solidaria o comercio justo; entre las segundas contamos con variadas experiencias agroecológicas campesinas y de producción artesanal; entre las terceras se cuentan las prometedoras propuestas de la renta básica incondicional y el control asociativo de la propiedad empresarial mediante mecanismos como los del “socialismo por cupones” o el manejo gremial y social de los fondos de pensiones. A pesar de sus límites, en conjunto y simultáneamente, pueden señalar los perfiles de una sociedad pos – capitalista. Avanzar en una construcción estable en la dirección que apuntan estas experiencias de manera que superen varias de las limitaciones actuales que las confinan a un carácter puramente anticipatorio y marginal, requerirá enormes dosis de movilización social y de intervención estatal.
Entonces, ¿hay forma de demarcar cuándo un gobierno progresista de los que hoy tenemos en América latina puede realmente servir de punto de apoyo para el desarrollo de este horizonte pos-capitalista? Ciertamente, si esa línea de demarcación existe, no pasa por la verborrea anti – capitalista o la repetición interminable y repetitiva del más inútil de los “wishful thinking”. Yo creo que esa línea existe y pasa fundamentalmente por el trabajo paciente y sistemático de fortalecimiento de las organizaciones sociales que pueden sostener, diversificar y desarrollar esas propuestas y experiencias pos – capitalistas.
Cuando un gobierno fortalece a esos actores, entonces, existe una oportunidad para hacer avanzar la construcción de tales alternativas más allá del buen capitalismo o del capitalismo paternal. Cuando se dedica sistemáticamente a debilitarlos y deslegitimarlos, entonces, en el mejor de los casos, el buen capitalismo es su último horizonte independientemente de su retórica. Bolivia es, con todas sus contradicciones y pasos en falso, un ejemplo del primer tipo de gobierno mientras que Ecuador, a pesar de algunos raquíticos ejemplos contrarios, tímidos y minúsculos, es un clarísimo ejemplo del segundo tipo. Y hay algunos temas, como la obstinación minera o la política agraria, en los que incluso el horizonte del “buen capitalismo” parece demasiado generoso.
Pablo Ospina P. es un historiador y analista político ecuatoriano; docente en la Universidad Andina Simón Bolívare integrante del equipo del CEP de Quito.