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HORIZONTE DE IZQUIERDA EN PERU

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Rodrigo Montoya Rojas

Después de la decisión de Ollanta Humala de prescindir de los servicios de sus aliados de la izquierda que le ayudaron a ganar la presidencia en 2011, son pertinentes las preguntas qué queda de la izquierda y cuál podría ser su rumbo en el futuro.

Perdieron las personas de izquierda que apostaron por el comandante Ollanta Humala, sabiendo muy bien que era un caudillo militar sin ninguna práctica ni convicción de izquierda. No fueron ingenuos ni inocentes; calcularon, estaban dispuestos a jugar una última carta en términos eminentemente personales porque hace muchísimo tiempo que no representan a movimiento social alguno. Apostaron y perdieron. Con la experiencia política que tenían desde hace mucho tiempo, sabían muy bien lo que hacían. ¿Podrán ofrecer una autocrítica en serio? Me gustaría que la hagan, pero tengo razonables dudas de que tengan algo nuevo e importante que decir.

La metáfora de la casa vacía o abandonada de la izquierda -que ha sido usada en los medios de comunicación- parece adecuada pero si observamos fría y serenamente nuestra historia, resulta inútil. Se supone que en tiempos de la “izquierda Unida” y Alfonso Barrantes, la izquierda tuvo una casa que habría sido formada por el tercio de electores del país y que ahora, quedaría poco o nada de ese navideño e idílico hogar. Nunca tuvimos una izquierda unida en el país. El ARI de 1979, fue el primer embrión pero terminó en un fracaso por directa responsabilidad de los trotskistas, de los maoístas y del PC y sus fracciones, y del propio Barrantes. La veintena de lenines o caudillos de izquierda de todos los colores del arcoíris no estaba preparada para canalizar y ofrecerle un norte socialista a la potencialidad de izquierda que el país tenía después de las tomas de tierras a comienzos de 1960. Tampoco los lenines agrupados en “Izquierda Unida” tuvieron un proyecto llamable colectivo. Estalló en pedazos, por directa responsabilidad de todos.

Los problemas aparecieron desde el comienzo. Nunca hubo una izquierda sino varias, directamente derivadas del europeo centrismo y sus líneas internacionales. A la Tercera Internacional del PC soviético, de Stalin y compañía, le siguieron las muchas tendencias trotskistas, luego los maoísmos y todas sus fracciones hasta el llamado “pensamiento del camarada Gonzalo”. Si a todas les sumamos las fracciones internas de cada una como consecuencia del principio de división a partir de la absurda oposición entre revolucionarios dueños de la verdad y contra revolucionarios agentes del enemigo de clase, el grado de fraccionamiento de la llamada izquierda llegó a la casi atomización. Recuerdo que en 1979, hubo en el país alrededor 19 fracciones dentro de las organizaciones maoístas.

Hubo una excepción extraordinaria en el país: el Partido Socialista de José Carlos Mariátegui con su preciosa tesis “Ni calco ni copia, sino creación heroica”. Entre 1928 y 1930, el único modelo de izquierda a seguir en el mundo era el soviético. El amauta pensó la izquierda peruana a partir de nuestra realidad y no del ejemplo europeo a seguir. La singularidad peruana tenía que ver con la población indígena, la tradición colectiva y comunitaria en la sociedad Inca -comunista primitiva, en términos de ese tiempo- y las comunidades de indígenas como embriones de lo que podría ser el socialismo peruano. Aníbal Quijano escribió alguna vez: con los restos del amauta, fueron sepultadas también sus ideas. Por eso, lo primero que hicieron los agentes de la tercera internacional fue llamar Comunista al Partido Socialista de Mariátegui. Cuando en 1965, fue creada la organización Vanguardia Revolucionaria, con la propuesta de retomar aquella propuesta de “Ni calco ni copia sino creación heroica”, al margen de las direcciones internacionales de la izquierda, el sueño socialista reapareció en el horizonte. Lamentablemente, duró muy poco porque sus dirigentes optaron por la facilidad de convertirse en trotskistas y luego en maoístas de todos los colores, en vez de persistir en la vía original de Mariátegui.

(segunda parte)

En el texto 1 de esa serie, sostuve que la “casa propia” de la izquierda como un hogar navideño de unidad y paz no existió nunca; que lo más parecido a una unidad de de la izquierda fue la Alianza Revolucionaria de Izquierda, (ARI, 1970-1980), desaparecida antes de nacer; que la “Izquierda Unida” se desvaneció en el aire por la irresponsabilidad e incompetencia de sus dirigentes, fieles a sus centrales internacionales trotskistas, maoístas y soviética; y, que el Partido Socialista de José Carlos Mariátegui fue una fugaz excepción (1928-1930) con su tesis original de un socialismo como “creación heroica”, “sin calco ni copia” del modelo soviético de ese momento. Los fragmentos que quedan de la “Izquierda Unida” flotan a través de los partidos Patria Roja y Socialista y un núcleo de intelectuales, como el denominado “Ciudadanos para el cambio” que en los últimos cinco años ofreció su pleno apoyo a Ollanta Humala y fue aliado de segundo orden en los primeros cinco meses de su gobierno. El sociólogo Sinesio López, ex asesor de la oficina del Primer Ministro, en un reciente artículo en La República, ofrece un pequeño elemento de autocrítica: “Mi error y de mis amigos y compañeros fue dejar de lado la necesidad de organizar una fuerza política propia para respaldar mejor su candidatura y evitar desvíos del camino escogido.” En nombre de la “Sociedad Civil”, le pide al Presidente que en 2012 “se reencuentre con el pueblo que lo eligió”.

¿Se refiere Sinesio López a una fuerza política propia de la izquierda? Sospecho que no. Es evidente que para él, sus amigos y compañeros, el horizonte de una izquierda autónoma y capaz de ofrecer una dirección a un nuevo bloque político ya no tiene sentido. Para los ex militantes de los diversos fragmentos de “izquierda Unida”, con una edad promedio de 60 años, se abría una última oportunidad con el caudillo Ollanta Humala. Tal vez una fuerza política propia del grupo “Ciudadanos para el Cambio” habría servido para que sus miembros y otras personas de izquierda en el gobierno fuesen tratados por lo menos con más respeto.

Desde la aparición de la Confederación de Comunidades Campesinas Afectadas por la Minería, C0NACAMI, (1999), la única oposición real a la política neoliberal del Consenso de Washington, inaugurada por el gobierno del ciudadano japonés Alberto Fujimori y asumida por el gobierno de Alejandro Toledo existente en el país corresponde a los movimientos indígenas como nuevos actores en el escenario político del país. La rebelión Amazónica de los Rostros pintados en Bagua (/2008-2009), la ocupación de Puno por diez mil aimaras en nombre de su Nación aimara, y el bloque que en Cajamarca defiende el agua y la vida, del mismo modo que en los Andes y Costa del Sur, van por el mismo rumbo. Lo que acabo de citar muestra que en la política peruana una buena parte de la intelectualidad de la llamada izquierda como la que el grupo de “Ciudadanos para el cambio” expresa o representa tiene muy poco o nada que ver con la oposición política real que existe en país. Las organizaciones indígenas étnicas y políticas tienen un camino distinto: al defender sus vidas, pueblos, naciones, patrias, lenguas, culturas e identidades, están defendiendo un horizonte de libertad, de buen vivir, de valores de reciprocidad y solidaridad, de gestión colectiva que es la reserva que queda para algo llamable izquierda en el país, en América Latina y en el mundo entero. ¿No es eso lo que se parece más al concepto socialismo en la utopía de Mariátegui y Arguedas?

Lo que nos hace una enorme falta es crear los puentes entre los fragmentos dispersos del país y otros puentes entre los intelectuales que existimos aún, que creemos en que otro mundo, otra izquierda y otro socialismo son aún posibles, con los movimientos políticos indígenas, reales y autónomos.

Rodrigo Montoya Rojas es antropólogo y escritor peruano, profesor emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
La primera parte de este texto fue publicada el 07 de enero, y la segunda el 14 de enero del 2012, en los dos casos en La Primera (Lima, Perú).